El gran filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte (1762-1814)
sentenció que la filosofía que un hombre profesa depende
de la clase de hombre que se es. En tal aserto, lejos de
abrir las puertas a un relativismo, tengo para mí que se
contiene la semilla de un nuevo y fundamental vitalismo.
La filosofía es la razón de la vida, y de la vida
en razón. El gran idealista germano, según he
podido aprender del profesor Manuel Fernández Lorenzo, fue
el padre y el impulsor no ya sólo del idealismo alemán
sino también
del
vitalismo filosófico, movimiento del que
todos los españoles y americanos de habla hispana podemos
sentirnos herederos. ¿Y por qué los españoles e
hispanohablantes precisamente? España, nación a la que
algunos, erróneamente, toman por huérfana filosófica,
posee muy por el contrario conocidos y dignos padres
pensadores de primera talla. Como ocurrió en otras
ocasiones y países, España conjuga hoy, como las demás
naciones hermanas, un verdadero derrumbe moral y social,
así como una descomposición institucional, por un lado,
con una elevada y meritoria producción filosófica, por el
otro.
Es en dos etapas bien diferenciadas en donde cabe hablar
de la prosapia hispana de la filosofía. Hubo una primera
-pero ya remota- etapa de realismo escolástico, en la Edad
Moderna, esto es, en los siglos áureos del Imperio. Hubo y
hay otra etapa, mucho más reciente, presidida de forma
contemporánea por el vitalismo filosófico de nuestro
Unamuno y de nuestro Ortega. Es de este vitalismo de donde
partimos hoy en la hispana filosofía y de donde, según los
pasos que muestra Manuel F. Lorenzo, podemos beber y alzar
nuevas construcciones del pensamiento. El vitalismo
hispano, como el de toda Europa, bien podría bascular en
dos direcciones, entre sí antagónicas. Una dirección
posible, hacia donde inclinar su peso, es claramente
irracionalista. La Vida como opuesta a la Razón, la Vida
como primum que no atiende a razones, que siente
las razones como enfermas y como lastres, como artificios
y excrecencias. Los pensadores germanos han sido pródigos
en este vitalismo irracionalista e irracional.
Schopenhauer Nietzsche, Klages, son nombres que acuden
entonces a la mente, y su filosofía hiriente incomoda a
todo aquel que busca incólumes certezas, cimientos
lógico-matemáticos, solideces de plomo, granito y acero.
Eran aquellos filósofos de la vida enemigos de la ratio
rebeldes muy a la alemana, esto es, rebeldes dados a la
reacción.
El más irracionalista de nuestros pensadores de la Vida,
don Miguel de Unamuno, no fue de esa estirpe, y escribió
una filosofía acorde "con la clase de hombre que era",
esto es, existencial, dubitativa, escrita con su carne y
asomando en ella el hueso. No se extirpa ni se humilla
allí la razón, sino que se la envuelve en las vísceras y
en la organicidad de la existencia humana. Pero es de
Ortega y Gasset de donde parte esa nueva filosofía hispana
de la vida que explica genéticamente la razón, y es la que
anuncia como precursora de la suya don Manuel Fernández
Lorenzo, profesor en Oviedo (Principado de Asturias). El
raciovitalismo orteguiano, junto con la epistemología
genética de Jean Piaget y el materialismo de Gustavo
Bueno, serán los puntos de arranque, el triple hito de
donde comenzar a señalar, sin temor a pérdida, una
novísima filosofía hispana. ¿Cómo?
-se preguntará el
lector. Son tres puntos de arranque muy distintos y
distantes. No parecen casar bien con vistas a llegar a un
nuevo sistema filosófico hispano, a la altura de nuestros
tiempos, en diálogo y contraste con las filosofías
contemporáneas a las que es obligado evocar, con las que
se nos exige dialogar y, resueltamente, a las cuales es
menester superar. Pero la distancia y la heterogeneidad
entre Ortega, Piaget y Bueno, todos ellos partiendo de
Fichte y su filosofía del "lado activo" del Yo, es más
aparente que real si seguimos atentos y disciplinados las
explicaciones de Manuel F. Lorenzo.
La razón vital no se limita
a
pensar en y desde "el hombre
de carne y hueso". La razón vital implica que la vida
humana no es sólo razón, pero sí es ejecución de actos en
orden a una gestión de la vida misma, una gerencia y
construcción que se hace de acuerdo con principios
racionales. El hombre no es, para nada, un autómata
racional, sino un sujeto orgánico cuya forma humana de
adaptación y supervivencia psicobiológica exige la
racionalidad. El hombre viene definido, en rigor, no por
una sustancial cogitación ("yo soy una cosa que piensa")
sino por una actividad circular, por un circuito entre el
Yo y las Cosas (el "no-Yo" de Fichte). Ninguno de los
polos del circuito debe ser reificado de antemano, ninguno
ha de ser tratado acríticamente como una cosa o sustancia.
La constitución de los dos polos, yo y mundo
("circunstancias"), consiste precisamente en el
lanzamiento de series de acciones en las que el Yo se hace
con el Mundo y recíprocamente el Mundo se presenta y
re-presenta ante el Yo. La filosofía de Ortega, que tantas
veces bebe de la fenomenología y del existencialismo
alemán, es vitalista por cuanto que plantea siempre un
sujeto humano orgánico definido como un verdadero sistema
racional de operatividad, para quien conocer es, de otro
modo, coextensivo con sobrevivir y "hacerse con el mundo".
Las circunstancias orteguianas, como el "medio" (Umwelt)
de los biólogos, conforman el espacio de las operaciones,
un espacio que da pie a redefinir la experiencia en
términos de construcción. Ortega no quería echar por la
borda la razón, aplastarla bajo el peso de una salvaje o
bestial Voluntad o Vida. Antes bien, quería explicar el
hecho humano mismo de la razón. Al proceder así, al
avanzar desde la dialéctica de Fichte, el raciovitalismo
del filósofo madrileño ofrece un programa genético del
racionalismo tanto como del empirismo. Se trata de volver
al genuino espíritu con el que nació el idealismo: la
superación de la magna filosofía europea de la Modernidad,
tanto el empirismo isleño como el racionalismo
continental, una superación que acude a la génesis misma
del conocimiento. Y el conocimiento es al fin entendido no
como resultado de acumulación de experiencias o como
deducción de principios racionales o ideas innatas, sino
como resultado de una experiencia en sí misma racional
desde el inicio. Experiencia orgánica que se estructura en
forma de sistemas de acciones que, por medio de una lógica
material, estructuran nuevos sistemas de acciones más
amplios en radio de alcance, más potentes en influjo sobre
el medio, más "hábiles" en orden a una adaptación y
control sobre el medio. En este sentido, Jean Piaget
convirtió en empresa "positiva", científica y
experimental, una parte muy importante del proyecto
esbozado por Ortega. Piaget llevó a cabo un programa
científico de esclarecimiento de los orígenes de la
inteligencia y la razón de los sujetos orgánicos partiendo
no tanto de un "Yo" que se pone (Fichte) y se limita con
el No-Yo (mundo en torno, o "circunstancias") sino de un
circuito que ya en la fase pre-intelectual incluye ese
centro orgánico que lanza acciones-percepciones, como
choca con "dificultades" y "obstáculos" de un entorno con
el que deberá luchar. El bebé humano, tanto como cualquier
individuo orgánico, es un centro de operaciones y es a la
vez el eco y la respuesta de un medio ambiente
transformado por las operaciones. Los dos sentidos en los
que el sujeto orgánico "choca" con el mundo y lo
transforma, a la vez que se transforma él, han recibido
por parte de Piaget los nombres de "asimilación" y
"acomodación". La asimilación, como proceso que generaliza
la asimilación de los alimentos, supone la incorporación
cognitiva y no sólo material del mundo. El Yo se "pone",
se afirma, incorporando elementos del medio que él
necesita para su mantenimiento (conservación,
supervivencia). Pero el mundo (el "no-Yo") se le opone, se
le enfrenta, le traza caminos por donde poder ejercer la
acción y por donde no puede atravesar ese mundo con la
acción. La acomodación piagetiana podría verse como el
sentido opuesto a las acciones asimilativas. El Yo, como
centro orgánico de operaciones, debe transformarse a su
vez, debe reestructurar sus esquemas de acción para
sortear, horadar, recomponer las barreras y resistencia
del mundo-entorno. La razón en el proceso vital no es más
que el grado máximo en que un sistema de acciones "se hace
con el mundo" y, recíprocamente, el mundo se hace con el
yo. Esta es la razón vital, pero investigada desde un
punto de vista genético y positivo.
La incorporación de la filosofía materialista de Gustavo
Bueno a todo este enfoque genético-constructivo del
pensamiento se hace ineludible en este punto de mi breve
recensión. Manuel F. Lorenzo es un buen conocedor del
materialismo buenista, como discípulo directo suyo desde
los primeros tiempos, miembro activo de la llamada
"Escuela de Oviedo", hoy en disolución bajo la sombra de
los sectarios y de los arribistas. En "La Razón Manual",
el autor nos recuerda el aserto fichteano con que
encabezábamos esta reseña: "uno profesa la filosofía que
va de acuerdo con la clase de hombre que se es". Profesar
el materialismo de Bueno, a pesar de sus deudas para con
la epistemología genética piagetiana supone,
verdaderamente, profesar una suerte de dogmatismo, de
pensamiento antipático a la libertad, dicho en términos
fichteanos. Las clases de hombres que, filosóficamente
hablando, cabe hallar en el mundo se pueden reducir a dos:
los amigos de la libertad (idealismo) y los amigos de la
servidumbre (dogmatismo, en donde cabe situar el
"materialismo"). "La Razón Manual" es un libro que toma
partido expreso y decidido por la libertad, se entronca en
el idealismo. No en el idealismo visionario, celeste,
construido sobre las nubes. Se entronca en la tradición
idealista-vitalista que, desde Fichte, indaga en "el lado
activo", esto es, en las operaciones. En ese sentido, la
filosofía de Bueno estudiada a la luz de la filosofía de
la "Razón Manual" adopta el aspecto de un centauro. Por un
lado desarrolla una inmensa y magnífica "Teoría del Cierre
Categorial", basada en la obra de Piaget y en una genética
de las operaciones gnoseológicas, por otro lado incluye un
"preámbulo ontológico" de corte escolástico-marxista, que
lastra todo el sistema. El propio nombre de "materialismo
filosófico" supone una fuente inagotable de equívocos, que
ha dado pie a que muchos farsantes e iletrados lo
confundan con una versión sofisticada del leninismo y
otros, por el contrario, con un positivismo cientifista o
realista. Los grandes logros de Gustavo Bueno, depurados
del dogmatismo y su "culto a la materia", se pueden
reaprovechar y potenciar siguiendo las indicaciones de "La
Razón Manual", todo un programa de investigación que
humildemente recomiendo. |