1. EL SHOW DE LA MUERTE
Hace exactamente 18 años, en el otoño de 2003, lanzamos el
número 6 de Revista Contratiempo (edición digital)
titulado "La pregunta por la muerte". Recién salidos de
una hecatombe política, social y económica, decidimos
reunir una serie de textos acerca del tema de la muerte en
ciertas culturas y épocas. La nota editorial ("Vivir y
morir en Occidente") hacía referencia a que en la época
actual (primeros años del siglo XXI) se hablaba
prácticamente de todo, menos de ella. Y que devolverle su
estatus no representaba una actitud morbosa sino todo lo
contrario: un acto de extrema vitalidad que a la vez ponía
en escena tantas muertes evitables y tropelías varias que
también quedaban oportunamente en sombras. Hoy estamos en
las antípodas: la muerte se ha tornado un espectáculo que
exige grandes titulares, conteo riguroso, terrorismo
mediático y difusión de un estado de ansiedad
generalizado, que solo provoca bajas defensas en el
sistema inmune hasta de las personas más sanas. O sea, una
especie de genocidio solapado con múltiples cómplices y
razones desconocidas. Si la peste mató hasta ahora a más
de cien mil personas en la Argentina, según los medios de
comunicación, habría que preguntarse, en primer lugar, si
es cierto. Sí, así de claro: no creemos en esos datos.
Porque si un anciano o un vulnerable está 40 días en un
hospital, no necesita ninguna pandemia para no sobrevivir.
Es más, suele bastar una simple gripe, como la de los años
anteriores, cuando todavía no era noticia que casi 40 mil
argentinos murieran de gripe. Invertir en sistemas de
salud; comprobar la fiabilidad de las vacunas (y en lo
posible, conseguirlas a tiempo); menos corrupción y,
reiteramos, boicot activo a todos los medios de
comunicación que convierten a la muerte en un espectáculo
redituable, en todos los sentidos.
2. GEOPOLÍTICA SANITARIA: LO QUE MEDIOS Y GOBIERNOS NO
DICEN
El tema del momento es Brasil (o sea, Bolsonaro). Que
según los datos, ya tiene una mortalidad de más de 500 mil
personas por la peste del momento. Las noticias bajan así:
Brasil y el genocidio sanitario. Muy parecido al efecto “Trump”:
EEUU, según los medios apocalípticos de principios de año,
iba camino a borrarse del mapa y de golpe, en 6 meses,
está viviendo como si nada hubiera pasado. Salvo que subió
Biden, claro está. Pero volviendo al país vecino, nos
enteramos que hubo manifestaciones multitudinarias contra
el presidente y su política sanitaria en varias ciudades,
algunas megalópolis. Toda una novedad: en un país con
altísima tasa de contagios y muertes, según las noticias,
reuniones de esta naturaleza no parecen demasiado
acertadas. Estas revueltas fueron más bien el mecanismo de
aquellas sociedades que no admitían los encierros y se
rebelaban contra el autoritarismo que el supuesto peligro
habilitaba. Por otro lado, nada se sabe de las condiciones
geográficas de estos informes y cifras catástrofes. Qué
zonas son las más afectadas, qué poblaciones, en qué
condiciones viven, los problemas endémicos, etc. Porque
este virus, lo ha demostrado desde el inicio, ha afectado
principalmente a los más vulnerables, sea por edad
avanzada y/o con comorbilidades. O a poblaciones con
grandes déficit de elementales medios de subsistencia. Así
las poblaciones afroamericanas y latinas en EEUU, las
clases más humildes de India, Ecuador, Perú o los ancianos
de Europa.
Para enrarecer más el panorama, el tema vacunas, la otrora
gran salvadora que al final parece que no lo fue tanto.
Con una vacunación escasa casi en todo el mundo, el virus
inició la retirada. Claro que mutó, como lo hace cualquier
virus que se precie. Pero según los datos del Reino Unido
(hasta ahora el más afectado por la novedosa Delta), eso
no significa mayor letalidad. Una mutación, dicho sea de
paso, que por sus características lo acerca demasiado al
simple resfrío. Sin embargo, los medios, ¡cuándo no!, ven
la peligrosidad en esta variante. Ergo: no habrá sistema
sanitario que resista si por cada estornudo tendremos que
correr a hospitales, testearnos o aislarnos en casa. Y aún
más: las vacunas que circularon en Argentina (¿cuál? ¿la
Sputnik? ¿la Astrazeneca?) no sirven para esta nueva cepa.
Tiempo perdido, foto victoriosa a la papelera y a volver a
sacar turnos. Los medios oficialistas también se encargan
de aseverar, como consumados infectólogos, que las
vacunas, esas que ya no sirven, salvaron vidas. Tenemos
dudas. No solo porque si ese era el fin, no habría que
haber perdido tantos meses en traerlas, ni haber
privilegiado a tantos amigos sin condiciones de riesgo,
sino porque los datos no parecen acompañar esta euforia.
Y para concluir, otro problema en puerta: la desesperación
del Ejecutivo por sacar una ley que le habilite plenos
poderes sobre la pandemia. ¿Cuál es el objetivo? ¿No sería
más acertado que cada distrito tuviera su política
sanitaria en esta nueva etapa, como lo hace Alemania, con
un training ya de más de un año, con un virus en retirada
o debilitado, y que el Gobierno Nacional se ocupara de
otros temas, por ejemplo de la economía, de sacar al 40%
de la pobreza, de reactivar el sistema productivo, de
fortalecer infraestructuras para que la historia no vuelva
a repetirse? ¿Cuál es el fin de promulgar una Ley que lo
habilite para el manejo de un problema sobre el que dio
probadas muestras de que jamás lo pudo dominar? El poder.
Ahora bien, la pregunta crucial: ¿para qué?
3.
DUDA CRUCIAL (Y BASTANTE INCÓMODA)
Dentro de esta atmósfera aperturista, que ya se venía
dando desde hace bastante pero ahora está oficializada, la
duda que nos queda o quedará (nunca se sabe) es la
siguiente: si no hubiera habido una operación mediática y
transnacional sobre la pandemia; si los gobiernos y
organismos sanitarios mundiales no hubieran hecho hincapié
en algo que ya se venía produciendo años anteriores, con
el agravante de la "desaparición misteriosa" de otras
enfermedades (silencio de radio al respecto). En fin, si
no se hubiera montado un gigantesco show de la muerte
durante un año y medio, 24 hs. al día (cuando las
estadísticas dicen que por año, prepandemia, mueren más de
60 millones de personas por causas diversas, y en donde
las enfermedades respiratorias aparecen como 3° causa
mundial), ¿qué hubiera pasado? ¿La vida hubiera seguido
igual que cuando morían en Argentina cerca de 35 mil
personas por gripe (sin contar diabetes, cardíacas, etc.);
o 9 millones por año en la India?, solo por citar
ejemplos. Se baja una consigna-noticia, que se vuelve
transnacional: los medios tecnológicos para este tipo de
operaciones están; el miedo de las personas sobre temas de
salud también (y perfectamente registrados en las
búsquedas de los gigantes motores de búsqueda).
¿No quedamos servidos en bandeja?
4. YO ME VACUNÉ
Algunos enseñan el certificado; otros hacen el típico
gesto de la victoria; otros lo viven con culpa, pero lo
cuentan igual, y están quienes declaran abiertamente que
se fueron a Miami por la vacuna. Por no mencionar a los
corruptos que saltaron el orden y literalmente se rieron
de la sociedad con total cinismo (por lo menos, rodó la
cabeza de un ministro corrupto). En todos los casos, y en
todos los arcos, la sensación es la misma (y no hablamos
desde el resentimiento: nadie de la redacción se vacunará,
ni aquí ni en Miami. Y solo lo hará si es imprescindible
para viajar): algo de ese individualismo acérrimo nos hace
ruido. “Yo me vacuné”, esgrimido casi como un logro
personal. O lo que es peor aún, como si se hubiera vencido
a un otro. Que no deja de ser un prójimo. En otras épocas,
y sobre todo viniendo de la llamada “progresía”, estos
mismos diplomados hubieran luchado por “vacunas
para todos”. O, tal vez, y agudizando el pensamiento
crítico propio de aquellos tiempos, se hubieran preguntado
por el origen de las vacunas; por la fiabilidad de las
mismas; porque no seamos conejillos de indias de nadie. En
otras palabras: se hubiera priorizado el bienestar
comunitario contra el individualismo feroz y encima,
propagandístico. El pasaje del “nosotros” al “yo” se
naturaliza como progresismo y se encadena fuertemente al
concepto rector de los nuevos medios de sociabilización
(donde precisamente el “yo” es el protagonista, a veces
insufrible, omnipresente). Y yendo un poco más allá, a la
defensa acérrima de la virtualidad en la educación. Estos
desfasajes entre discursos anquilosados, rescatados del
baúl de la historia, y hechos concretos, nos debe alertar
no solo a la hora de elegir representantes. Es tiempo de
exigir explicaciones y en última instancia, retirarles el
rótulo cooptado para velar los verdaderos intereses.
Porque jactarse de haberse vacunado, cuando hay millones
de enfermos y ancianos pobres que todavía no lo hicieron,
es simple y sencillamente un gesto reaccionario. Aunque
levanten los dos dedos en V.
Junio / Julio 2021 |