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Un nuevo "desorden" mundial

Occidente insumiso

 

 
 

Desde hace algunos años venimos hablando de las multitudes hartas. Hartazgo que supo aprovechar la ultraderecha en Argentina (pero nada argentina) para prometer el cielo y enviarnos a un infierno harto conocido. Milei se presentó como el gran disruptivo, el paladín de la justicia que venía a terminar con las corruptelas progresistas, y terminó siendo más de lo mismo. O mucho peor aún. Nos retrotrajo, sin pudor y hasta con ostentación, a las épocas más siniestras de la Argentina. Las máscaras, sin embargo, cayeron muy pronto; diríamos, ni bien asumió. La macabra tarea es doble y simultánea. Por un lado, el regimen libertario tiene como objetivo crear una cultura (como lo hizo Menem en su momento) de estas formas de saqueo, tanto material como espiritual, llevándolas a la categoría de valor social, sustentado en la exaltación de las posibilidades del individuo y el desprecio hacia aquellos que no "lograron el éxito" en la vida. Es decir, más de la mitad del pueblo argentino, sumergido en la pobreza, a la que se le profesará un desprecio público y festejado en los medios patrocinantes. Por el otro, convertir al país en un gigantesco reservorio de esos pobres humillados, administrado por un grupúsculo trasnacional que se embolsará tanto las riquezas financieras como las naturales. Trasnacional, porque es el orden que se intenta imponer en el mundo occidental.

Esta derecha mundial no tiene en cuenta, sin embargo, que aquellas multitudes hartas poseen memoria y conciencia crítica. Están curadas de espanto a fuerza de las tropelías pasadas y de la obscenidad de este proceso de empobrecimiento, masivo y digitado, que no aceptarán en forma pacífica. Francia, como siempre, dio el primer paso con la inesperada victoria del Frente Popular el pasado 7 de julio, frustrando las aspiraciones de un fascismo que ya preocupaba a toda Europa. Derecha fascista que insiste en sus viejas fórmulas y que, paradójicamente, alimenta un nuevo “desorden” mundial que tanto se le opone como sumerge en una crisis al mismo sistema democrático.

Cada vez resulta más difícil que las sociedades acepten a sus representantes elegidos, aunque arrasen en las urnas (más aún cuando se personifican en bufones caricaturescos como Milei). Cada vez más, ese individuo "endiosado" en los medios pero humillado en la vida cotidiana, se ve impulsado a las calles y a la solidaridad efímera de la revuelta. Cada vez resulta más necesaria la fuerza represiva del Estado, que para eso sí sirve y es muy eficiente, para controlar estos descontentos. Así en Buenos Aires, Frankfurt, Bangladesh o París.

La desobediencia y la insurgencia serán las marcas de esta época que insiste en las viejas fórmulas. Si eludirán ser cooptadas por ellas y fundarán nuevas formas de convivencia, de administración de la vida colectiva y el retorno de la acción política con el horizonte puesto en el hombre, lo dirá el porvenir. Por lo pronto, ellas son las armas más poderosas para frenar tanto la monstruosidad de una historia que no puede volver a repetirse como, tal vez, reordenar un sistema que ya está en su ocaso. Más allá de la ideología que lo sostenga.

Julio 2024

 
 

 

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