Fueron casi cinco meses de una intensidad política a la que nos habíamos desacostumbrado tras el gobierno inútil de Alberto Fernández. La posibilidad de que estuviéramos a las puertas de un nuevo capítulo negro de nuestra historia, donde se conjugaran saqueo económico con embriones fascistas, despabiló a sectores dormidos. Como los estudiantes, por ejemplo, con la histórica marcha universitaria del 23 de abril. O la misma CGT, con dos paros generales en menos de seis meses de gobierno, contra el sistema esclavista, disfrazado de reforma laboral, propuestos por el DNU y la todavía incierta Ley de Bases. Sin contar los reclamos y movilizaciones de diferentes sectores gremiales, de la economía popular, piqueteros, trabajadores públicos y todo el espectro perjudicado por este plan aniquilador.
Que Milei, apenas un títere de las verdaderas fuerzas gobernantes (corporaciones nacionales y extranjeras), intenta imponer una plutocracia no es un secreto. Como vendedor ambulante, lo vocifera a gritos cada vez que encuentra un micrófono y una cámara a mano. El problema, más allá de lo nefasto del modelo (el mercado y el dinero, sin controles estatales, jamás fundaron sociedades justas ni solidarias) radica en que esas formas desaforadas, payasescas, violentas y humilladoras hacia los sectores considerados “obsoletos” también fundan cultura. Si miramos la historia reciente, Menem construyó una atmósfera de lujo, despilfarro e insolidaridad, que la elevó a categoría de valor dentro la sociedad: los 90 intentaron banalizar los convulsivos y politizados 80, que no estaban tan muertos como hubiera querido el riojano. Las formas fascistas de Milei, previsible admirador del anterior, no solo se sostienen y legalizan con la patovica ministerial de Bullrich (que gasea y apalea al pueblo cada vez que puede, aunque tampoco con resultados efectivos) sino con una intensa campaña de marketing internacional, donde sus pares de ultraderecha le hacen la fiesta retaceada en el país. La expresión “domar zurdos” se emparenta peligrosamente a las vertidas por los dictadores del Proceso. Y se complementa con la idea de que todo aquel que protesta se convierte en un desestabilizador, o directamente en terrorista.
El gobierno en su conjunto, y no por casualidad, adquiere las formas y modos de la feria circense; aprovecha esta estética bizarra propia de la época y el culto al yo como valor supremo, para simular una disrupción y la imposición de una novedad. Milei hace creer que está demoliendo un sistema que, en realidad, ya se estaba cayendo y no por obra de fascistas o ultraderechistas, sino por los movimientos populares en el mundo entero. Aprovechar el descontento, simular la ruptura, adoptar los modos epocales para imponer recetas viejas y siempre fracasadas, son los objetivos verdaderos de los titiriteros de este personaje. Bufón muy bien elegido, dadas sus características personales, su mediocridad intelectual, su impunidad en el habla, su gestualidad caricaturesca y su psicopatía manifiesta, pero sobre todo, su incapacidad de prevenir que será descartado más temprano que tarde por sus propios creadores. Recetas fallidas para el pueblo pero oxigenantes para aquellos grupos que, cuando encuentran terreno fértil, están siempre listos para el saqueo. Historia argentina y latinoamericana que se repite una y otra vez.
La pregunta entonces sería: ¿por qué, habiendo tantos sectores opositores, con fuerza para mover un país entero, siempre triunfan estas minorías privilegiadas? Esta pregunta, cuya respuesta la intuye el pueblo, nos parece será el verdadero motor del cambio de un sistema que se cae, no por obra del payaso de turno sino del descontento mundial. Multitudes que no encuentran representación, que conspiran secretamente, que sospechan complicidades encubiertas y que, en algún momento, pueden volverse feroces.
Mayo / Junio 2024 |