¿Qué separa a las postales de los sueños? ¿O a las
fotografías, de las angustias existenciales, o a los parques
de los nervios, o a las viejitas con gorritos de los
subyollitos micropsíquicos? En primer lugar los separa el
tiempo. “20 poemas para ser leídos en el tranvía” fue
publicado por primera vez en 1922, y “En la Masmédula”
en 1956. No interesa discutir acá qué pasó o dejó de pasar en
ese lapso, sino contraponer dos testimonios, dos obras que
describen (más correcto sería decir “dos obras que
describir” así, con el verbo sin conjugar, porque estas
obras se pasean por encima del tiempo) decía, dos obras que
describen dos planos, dos mundos, el Mundo Adentro y el Mundo
Afuera.
Los títulos son las primeras pistas. “20
poemas para ser leídos en el tranvía” es una oración
relativamente extensa, armada con prolijidad, así como los
cuerpos de los poemas y las prosas que componen dicha obra. A
la vez el título nos habla de objetos, dentro de un objeto más
grande, dentro de la segura y firme cotidianeidad de los días,
de los viajes en tranvía
donde se instaura el diálogo con lo inmediato,
la relación instantánea con las cosas, la experiencia de los
sentidos y el mundo exterior (1).
Si bien los retratos dentro de este libro sobrepasan un viaje
en tranvía, ya que cruzan el océano entre varias idas y
vueltas; pero no son los relatos de un viajero, de un
explorador, porque un explorador buscaría describir con
detalle las particularidades de cada lugar, lo exótico de cada
paisaje, las culturas de cada pueblo, es decir, para un
explorador, Venecia es Venecia bajo el agua, Río de Janeiro es
el carnaval, París son las luces de París. Pero estos retratos
no son las memorias de un aventurero, porque no resaltan lo
distinto, lo que brilla, lo que ya resalta por sí solo, sino
que enaltecen, dan vida, voz y canto, vuelven extrañas a esas
casas como dados en Douarnenez, a las ventanas con aliento y
labios de mujer, en Sevilla, y ¿por qué? Porque están ahí,
existen, ¿no pueden ser entonces motivo de celebración? Lo
son, en esta obra son la apoteosis de cada uno de sus
fragmentos, así como los cuerpos recortados en Exvoto o
Croquis en la arena (2)
son los protagonistas, son el milagro.
En cambio “En la Masmédula” una oración
breve, sin verbo, con una palabra compuesta que no
encontraremos en diccionarios tradicionales, y con la
puntualización de un lugar, ya no hay traslado, ya no hay
viaje en tranvía ¿por qué? Porque ya no hay tranvía, ni
personas que puedan leer en él, porque en esta Masmédula solo
está la voz, el enunciado que la describe, rodeado de
angustias, de sexos sin carne ni piel, de fauna de olvido (3).
Tampoco hay prosa en esta obra, al menos no como la conocemos,
sí podemos encontrar puntos intermedios, construcciones que
superan las del verso, pero las formas son intrépidas,
variadas, algunas hasta el ridículo como Plexilio.
Y así como ya no hay prosa, tampoco quedan
oraciones simples y transparentes, descripciones concretas,
vocabulario establecido. Todo está roto y vuelto a ensamblar
con una nueva disposición, que nos hace apretar la sien por
instinto, ante la incomprensión de las primeras (y a veces las
únicas) lecturas. Pero no hay crimen del cual acusar a la
obra, ya que esta no describe paisajes conocidos como los que
leíamos en el tranvía. El milagro de existir quedó a un lado,
y ahora el centro del escenario lo ocupan los rincones de lo
absurdo, de la nada, de la mente,
cuando ya todo el paisaje adorable de la piel
ha sido trascendido (4) ¿de qué mente? De cualquiera, de una, de
todas, pero es territorio desconocido, inexplorado,
multiforme, y la obra que lo describe tiene el poder de
crearse a sí misma, nueva y única, ya que describe algo que
renace a cada segundo, y que no posee cuerpo propio.
Pero esta escasez de transparencia no nace
en la Masmédula, si bien en esta alcanza su punto más alto,
la comunicación
llega al límite de sus posibilidades en el plano racional, se
torna sinfónica (5).
Pero En la Masmédula no es el comienzo de la ruptura,
es el final. Vistas diacrónicamente, las dos obras podrían
compararse con el techo de un baño. En 20 poemas el
techo de lejos se ve bien, pero en cuanto ubicamos una
escalera, y nos acercamos un poco, vemos las primeras manchas
de humedad: las palabras que les eyaculan a las chicas de
Flores, quienes aprietan las piernas para que el sexo no se
les caiga en la vereda, las tetas que saltarán de un momento a
otro del escote, los mingitorios cansados de cantar. La
humedad, la rebeldía, nacen en la primera obra, nacen con el
tranvía y recorren el mundo ligadas a la exaltación de los
milagros cotidianos. El techo nunca estuvo intacto, y a medida
que nacen nuevas obras, las manchas se expanden hasta volverse
fisuras, y entonces el techo se desploma, se cae a pedazos y
el baño ya no existe como tal, como cuarto, es otra cosa, pero
sigue estando ahí, eso es En la Masmédula, un colapso,
pero no uno repentino, nadie dinamitó el baño de golpe, porque
sí. Hay un deterioro progresivo, que comienza como susurro y
termina con grandes gritos de angustia, llantos
incomprensibles y en forma de tragedia burlona y grotesca.
Por último, para retomar las nociones del Adentro y del
Afuera, cabe preguntarnos ¿por qué tuvo que darse así? ¿Por
qué nuestro alrededor quedó enmarcado en prosas ordenadas, en
oraciones nítidas y descripciones, si bien ruidosas,
perfectamente comprensibles? Y en cambio, eso que no podemos
ver ni tocar, esos rincones ajenos a nuestros sentidos, esa
nada se nos presenta en balbuceos, en versos deformes, en
compases perversos y palabras tan concentradas y densas como
el interior del sol. Y tal vez por ahí esté dando vueltas la
respuesta. Mientras que nuestro alrededor es un gran
despliegue, un juego de encajes, donde la figura de los
árboles se recorta prolijamente contra el cielo, donde la
verdadera arquitectura nace donde terminan los edificios y
comienzan las nubes, donde todo tiene su lugar, y armoniza (o
no) con el resto, la obra que busca acentuar sus detalles
corresponde a ese orden.
Por el contrario, en el vacío donde todo se retuerce, llámese
eternidad, abismo, mente o Masmédula, no hay posiciones, no
hay roles, todo eso que se retuerce lucha sin descanso por un
espacio, todo se aprieta, se agolpa, las angustias empujan a
los nervios, las soledades aplastan a las ansias y del todo a
la nada hay dos simples pasos, un yo, y un no yo, y así hasta
el infinito, un infinito terrorífico, como los espejos
insomnes, fatales y contemporáneos de Borges.
Hay otra respuesta (en realidad, hay tantas como tantas
intenciones haya por responder) y pasa por el salto de poemas
“para ser leídos en un tranvía” a poemas portadores de una
incomodidad propia de algo que busca no ser leído, o ser leído
con mucha dificultad. Y este salto se da, a raíz del mundo
exterior planteado por la obra como suma de perspectivas, de
“lectores del mundo”, y por eso son poemas del mundo para el
mundo, poemas fáciles de digerir a pesar de sus pequeñas
espinas, retratos de entes sencillos de digerir, a pesar de su
nuevo rol protagónico. Del otro lado, En la Masmédula
se acabó ese otro, la obra se grita a sí misma y si
alguien más tropieza con ella, es un accidente, puede tratar
de llevar la obra a su mundo pero será su propia obra (si bien
esto ocurre con todas las obras, siempre traducimos cuando
leemos). En esta obra en particular la traducción es
responsabilidad únicamente del lector accidental, no de los
enunciados. Porque ya no hay otros, ni tranvías, ni
perspectivas, solo hay un mundo particular y ajeno a todo.
Hay infinitas posibilidades detrás del pasaje entre una y otra
obra, no hay certezas, solo presentimientos, impresiones, y
tal vez eso sea lo maravilloso, el no saber, los remolinos y
terremotos que pueden llegar a generar no solo las obras, sino
los pasillos que las enfrentan, las inquietudes. Porque detrás
de la inquietud empieza todo, la inquietud es la partera de
los fenómenos más grandes habidos y por haber, y así como muy
probablemente haya sido la inquietud, la detonante de estas
obras (la misma inquietud que estas obras y sus pasillos nos
transmiten) será la misma inquietud la que nunca deba
resolverse, en favor de nuevas obras, de nuevos fenómenos, de
nuevos tranvías y nuevas Masmédulas.
1) Enrique Molina – Hacia
el fuego central o la poesía de Oliverio Girondo
2) Oliverio Girondo – 20
poemas para ser leídos en el tranvía
3) Oliverio Girondo – En
la Masmédula
4) Enrique Molina – Op cit I
5) Enrique Molina – Op cit