La ciudad como espectáculo
Feriado en Buenos Aires, tarde de jueves, nublada y fría.
Grupos de amigos, familias, parejas, solitarios, muchos
turistas, muchas selfies y artistas callejeros: la
ciudad se despabila en esta gigantesca plaza-escalinata
que conecta las espaldas de la Casa de Gobierno con Puerto
Madero y se vuelve espectáculo. Para detenerse, sentarse y
contemplarla. Academicismo francés con sus clásicas
mansardas y el rosado portentoso del estilo italiano del
Ejecutivo; por un lado; las altísimas torres
vidriadas de corporaciones y departamentos de lujo, las grúas amarillas, el Puente de la
mujer, los docks devenidos restaurantes y
altas casas de estudio,
y por supuesto los diques, el barco, la mística portuaria,
por el otro. A los costados y abajo, el nuevo Paseo del
Bajo y las promesas de verde en crecimiento. Pasado,
presente e instante, despliegue de formas arquitectónicas
e ingenieriles que hablan de una ciudad que aspira a la
mundialización.
La
ciudad como espectáculo que requiere platea urbana es una
constante actual en las grandes metrópolis. A gran escala, el
mítico Times Square, en el cruce emblemático de la 42 con
Broadway, con esa monumental escalinata que no lleva a
ninguna parte: sitio privilegiado para contemplar a
la fascinante Nueva York, que justo allí, con el remate
del circuito
teatral, las incesantes pantallas publicitarias, los
muñecos humanizados de Disney y el consumo desenfrenado de
sus megatiendas, el capitalismo se funde con el arte y
encuentra su máxima expresión. Un poco más modesto, el
observatorio lineal y proletario de High Line, hacia el oeste de la
ciudad. Las vías muertas del ferrocarril, recicladas en
parque urbano elevado, recorren los sectores
más degradados, donde el verde, el río, el
puerto y las huellas fundacionales conforman el
espectáculo mayor, con remate en el Museo Whitney. El que
se constituye a la vez, a través de un juego de terrazas
pobladas de esculturas, en mirador de la metrópolis.
También en Londres, en Canary Wharf, se observan estos dispositivos
para observar, con la ciudad como único
espectáculo (en este caso, en todo su esplendor
arquitectónico).
La
escalinata-plaza-anfiteatro de Puerto Madero es parte del
monumental Paseo del Bajo, recién inaugurado, que propone la
integración de ese barrio casi cerrado con su entorno
inmediato. En un artículo publicado en la revista hace
algunos años ("Puerto Madero: La ciudad privada") habíamos
resaltado esta desconexión. Habrá que ver con el tiempo,
porque la arquitectura construida es siempre una
cuestión de tiempo y de experiencias. Tiempo y
experiencias cotidianas, apropiaciones y usos colectivos,
espacios vitales, creativos, convocantes. Para que un anfiteatro urbano
funcione deben acontecer momentos; debe alimentarse el deseo, de estar,
de mirar y recordar. En las metrópolis antes citadas, el solo hecho del
nombre propio convoca a multitudes, generalmente
turísticas, y ellas a la vez se convierten en público y
espectáculo. Un desafío para dar sentido a esta
gigantesca estructura en donde también está involucrada la
recuperación del alicaído microcentro.
El
objetivo de “Perspectivas”, el nuevo proyecto de revista
Contratiempo, es radiografiar zonas o temas de alta intensidad
dentro de la metrópolis, a veces desde la trivialidad o
del instante capturado al azar, a veces desde la
grandilocuencia de sus construcciones, gestos e
interacciones. Acercarse a ellas con la mirada siempre
crítica de la cámara que
recupera a través de las potencialidades estéticas de la
fotografía la posibilidad de la experiencia. La primera
entrega está destinada a este momento-espacio de Buenos
Aires que
constituye la conexión entre dos realidades: Puerto Madero
y el microcentro.
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