
Todavía la ciencia no se ha puesto de acuerdo en las razones de por
qué una persona es psicópata. Lo que sí afirma es que no es una
patología sino “una forma de ser”. O sea, imputable. Se sabe: matar
en riña, llevado por la adrenalina del momento, o en defensa propia,
no es lo mismo que esperar a la salida a un chico, cercarlo y caer
sobre él como una jauría enloquecida y hambrienta. Una jauría de
lobos, con el perdón de los lobos, pero sí, ellos atacan en manada.
Es más, lo hacen en forma planificada, como con Fernando. No tenemos
duda alguna de que estamos frente a un grupo de psicópatas. Más allá
del acto en sí mismo, durante las audiencias, la señal más
elocuente, irrebatible, es la falta de remordimiento. La ajenidad
con la que escuchan las atrocidades que cometieron, el desprecio que
emiten, aunque no abran la boca: el cuerpo también habla y mucho.
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Por otro lado, esa matanza solo es posible cuando la víctima es
suprimida, previamente, en su condición humana. Se la visualiza,
como una cosa, una inferioridad que no tiene derechos, por lo que es
susceptible de ser aniquilada, sin consecuencias para los matones.
Que es lo que tuvo que haber pensado esta jauría, sabiendo que había
miles de celulares filmando en plena vía pública. Con el agravante
de que esa “cosa”, en su imaginación, había osado enfrentarla por
una trivialidad. Pero vamos más allá: ¿Cómo opera el lenguaje en una
sociedad para “alimentar” o aminorar ciertas psicopatías (que, como
afirmara un médico especialista, director de un psiquiátrico, a esta
redacción, todos tenemos algo de psicópatas, la cuestión es cómo lo
gestionamos)? Lamentablemente actúa casi siempre para mal. Los
términos, tan empleados en la cotidianeidad, como “negro de mierda”,
“paragua, bolita, peruca”, “villero”, etc. dan cuenta de que hay un
cierto tipo de personas, no interesa la ideología porque las recorre
a todas, que puede rebajar a otros seres humanos por su color de
piel, procedencia o situación socio económica. No se trata de una
raza superior, sino que son “aquellos” los inferiores, no
susceptibles de derechos y sujetos a eliminación, maltratos,
humillaciones, burlas (a veces disfrazadas de "cariñosas"), sin
consecuencia alguna. Como esto no cambiará de la noche a la mañana,
y como granito de arena para construir una nueva sociedad,
proponemos que algún legislador presente la moción de que aquellas
calificaciones sean consideradas “delitos de lesa humanidad”, con
pena efectiva para todo aquel o aquella que lo profiera. Pena
pecuniaria, alta, dolorosa, indemnizatoria: no es cuestión de andar
llenando cárceles.
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